Una persona que sufre no es una etiqueta diagnóstica. Es alguien que nos está pidiendo ayuda. Si humanizamos su atención, sensibilizándonos con ella, podremos evitar que tome decisiones extremas. Lo analizamos.
¿Por qué una persona elige en un momento dado hacerse daño a sí misma? ¿Qué hay en la mente de las personas que deciden no seguir viviendo? La respuesta, aunque nos sorprenda, es sencilla: sufrimiento. Infinitas toneladas de sufrimiento, junto a una devastadora desesperanza. Lo lamentable es que esta es una experiencia más común. Tanto es así que el índice de adolescentes y adultos jóvenes que derivan en conductas autolesivas e intentos de suicidio se eleva cada vez más. Podríamos hablar de las causas: factores socioculturales, falta de propósitos, traumas, soledad, bullying, etc. Sin embargo, una realidad tan grave y a veces hasta silenciada necesita de estrategias de asistencia y atención más hábiles y efectivas. Es urgente que las políticas sociales sean más sensibles a un problema que no deja de crecer. Por ejemplo, los índices de depresión y ansiedad entre la población de entre 15 y 24 años han aumentado de manera considerable. Lo mismo ocurre con las visitas a urgencias de menores de 25 por autolesiones. Asimismo, casi el 74% de personas que se quitan la vida son hombres. Hay datos que trazan un lienzo de muchos claroscuros ante los que hay que reaccionar. Uno de los pasos más necesarios es diseñar mejores estrategias para prevenir el suicidio y una de ellas es un tipo de recurso psicológico de gran valor.
Los esfuerzos de prevención del suicidio se enfocan casi siempre en enfoques biomédicos. Sin embargo, más allá de los diagnósticos hay personas con realidades únicas que hay que saber comprender.
Atención centrada en la persona que sufre: ¿en qué consiste?
Imagina que tienes una herida y entras a una cafetería. Visualiza esa imagen. Nadie ve el corte que tienes en la pierna; te sientas como puedes en una mesa y miras a tu alrededor para descubrir que nadie percibe ni nota tu presencia. Aún menos tu dolor. Padeces en silencio y eres invisible. Esto mismo es lo que experimentan las personas que sufren y que, en un momento dado, toman una decisión fatal. Lo que desean es dejar de sufrir, es evidente, pero lo que necesitan es que los demás les asistan, empaticen con su dolor, acompañen y presten la ayuda. Quien baraja la idea de dejar de existir necesita algo más que ser diagnosticado con una depresión, por ejemplo. No necesita una etiqueta más que le diga “sufres por eso”. Lo que busca y merece es una ayuda eficaz, rápida, empática y sensible. Tom Kitwood, uno de los psicólogos que más trabajó por la atención de las personas con demencia, por ejemplo, nos dejó un mensaje que caló en parte de la comunidad asistencial. El ser humano no es una etiqueta diagnóstica, es un ser con particularidades y necesidades únicas al que hay comprender. Cuando alguien se siente atendido sin juicios y validado, su narrativa mental cambia. Es por ello que la atención centrada en la persona es un recurso muy válido como prevención del suicidio.
¿Cómo surgió y qué propósitos tiene?
La atención centrada en la persona parte de un modelo terapéutico desarrollado por el psicólogo humanista Carl Rogers. Su perspectiva partía de una idea: cada persona es única y su propósito debe ser aspirar a una vida plena despertando sus fortalezas y su autoconocimiento. En este contexto, el terapeuta deja de tener una labor directiva para ser un facilitador. ¿Qué significa esto? Implica que el profesional está ahí para escuchar, validar y crear un ambiente empático que facilite el autodescubrimiento positivo. Es en ese proceso conversacional en el que se descubre qué problema tiene la persona y qué necesita para sanar. Si trasladamos este tipo de terapia a la prevención del suicidio, los beneficios pueden ser muy interesantes. Este recurso no se focaliza en la etiqueta biomédica, es decir, en el diagnóstico clínico. Lo que busca es comprender a quien está atrapado en la desesperanza y no atisba salida a su malestar. Se procura entender y respetar sus particularidades, para ir remodelando poco a poco el sentido de sus experiencias y dar forma a nuevas metas y significados vitales.
Una persona es un ser autónomo que toma sus propias decisiones, con unas experiencias únicas y unas singularidades que lo diferencian del resto. Quien sufre no es su depresión o su ansiedad, es alguien que necesita ser entendido y validado para acompañarle en el cambio que necesita.
Comprensión, respeto y congruencia
La Escuela de Medicina de la Universidad de Washington realizó un estudio en el 2015 sobre la atención centrada en la persona. La definió como esa alianza interpersonal de perspectiva humanista que busca propiciar cambios saludables en el estilo de vida de los individuos. La teoría nos gusta, pero ¿qué hay de la práctica? ¿Cómo puede ayudar a quien se autolesiona o está pensando en quitarse la vida? Veamos esos ejes básicos de este recurso para tal fin.
Aplica una consideración positiva incondicional a la persona. No la juzga y le transmite en todo momento un gran respeto a todo lo que exprese, sienta o necesite.
Comprensión empática. El terapeuta habilitado y formado en atención centrada en la persona crea un contexto de comprensión y calidez absoluta hacia la persona que tiene delante. Todo acto, pensamiento, emoción y experiencia será escuchada y comprendida. Solo así se puede facilitar el cambio, sosteniendo a quien sufre para que se sienta validado y encuentre fuerzas para hallar nuevos propósitos.
Congruencia y autenticidad. Los profesionales en este enfoque terapéutico son accesibles, humanos y congruentes. En este caso no adquieren una posición de superioridad, no son directivos ni aplican un rol de autoridad. Trabajan desde la conexión y la cercanía.
Los adolescentes y los adultos jóvenes son ahora mismo uno de los sectores poblacionales que mayor atención requieren en materia de prevención del suicidio.
Comprender para acompañar, un enfoque necesario en atención primaria
La Universidad de Guelph señalaba en un estudio que publicó en el 2021 que ya se registran casos de autolesiones en niños de 8 años y elevan su frecuencia entre los 10 y los 17 años. Se trata de una realidad que, desde atención primaria y los centros de urgencias, lo ven como un desafío. Es algo complejo que cuesta abordar. Detrás de una autolesión suele existir un problema de salud mental y, entre los jóvenes, suele estar la depresión mayor o los trastornos de conducta alimentaria (TCA). En muchos de estos casos, quien se autolesiona tiene un 5,5 más de probabilidades de cometer suicidio. Necesitamos protocolos de actuación y de prevención. La atención centrada en la persona es esa estrategia en la que deberían habilitarse muchos de estos profesionales sanitarios que reciben a estos chicos y chicas. Hay muchas formas de conectar con ellos, basta con empezar con algo como: “sé que estás asustado, que no te sientes bien y que puede ser difícil para ti hablar de estas autolesiones, pero me gustaría comprender tu experiencia, saber qué piensas, qué sientes…”.
Hay miles de razones por las que una persona puede decidir quitarse la vida. Sin embargo, hay una sola forma de evitarlo: crear una comunidad social concienciada capaz de estar cerca, de prestar ayuda, de comprender y romper tabús. Para ello, se necesitan políticas sociales, recursos, compromisos e intenciones. Porque en ese propósito por ser soporte para quien sufre en silencio, contamos todos.
Fuente: Psic. Valeria Sabater Fotos: Internet
Bibliografía
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Duberstein, P. R., & Heisel, M. J. (2014). Person-centered prevention of suicide among older adults. In M. K. Nock (Ed.), The Oxford handbook of suicide and self-injury (pp. 113–132). Oxford University Press.
Stallman HM. Coping planning: a patient-centred and strengths-focused approach to suicide prevention training. Australas Psychiatry. 2018 Apr;26(2):141-144. doi: 10.1177/1039856217732471. Epub 2017 Oct 2. PMID: 28967263.
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